
Ignacio Trejos Zelaya: desarrollador de capacidades, ingeniero de sueños
Silvia Castillo Nieto | Prensa CAMTIC | boletinclic@camtic.org
Conversar es algo que ha sido muy importante en la vida personal y profesional de Ignacio Trejos Zelaya, quien asegura que las cosas más significativas en las que ha participado en su vida fueron el resultado de conversaciones con personas creativas e inteligentes.
Claramente esa es una de sus cualidades. Para contar con material con el cual escribir el guion de un video sobre su vida, lo citamos en una cafetería y conversó durante tres horas… y aun así faltó tiempo. (vea el video al final de este texto)
Varias tazas de café y música de piano de fondo, fue el mejor escenario para que Ignacio intentara resumir su vida, años de anécdotas y sorpresivos relatos como el de que a los 18 años se iniciara en la programación de computadoras porque chocó un carro de la familia y debía pagar la reparación.
Escuchar las historias de un altercado que tuvo a los 14 años con su profesor de guitarra porque osó insultar a los Beatles y cómo ese acontecimiento lo indignó hasta convencerlo de nunca regresar a las lecciones, hizo crecer la admiración que nació hace unos 20 años cuando él escribía artículos para el periódico El Financiero.
El pasado 13 de noviembre la Cámara de Tecnologías de Información y Comunicación (CAMTIC) celebró su 20 aniversario con la entrega de la tercera edición de los Premios Costa Rica Verde e Inteligente 2018 y un homenaje a Ignacio.
La junta directiva de CAMTIC decidió dedicarle la ceremonia de premiación, como una forma de reconocer su vasta trayectoria, aporte en favor del desarrollo del sector digital costarricense y excelencia profesional.
Pero ¿quién es este personaje que cuyo video publicado al día siguiente de la ceremonia en el Facebook de CAMTIC fue compartido 55 veces y tuvo 68 comentarios? Créanme que, para una organización pequeña como ésta, eso es un récord histórico.
Poco antes de entregarle una estatuilla, Hubert Arias, presidente de CAMTIC, resumió así la vida del homenajeado. “Ignacio Trejos Zelaya ha trabajado intensamente en pro de la formación y calidad del talento humano costarricense. Es un hombre soñador, visionario, que ve el horizonte sin egoísmo y con un espíritu generoso que potencia lo mejor de quienes lo rodean”.
Matemático y músico
Ignacio Trejos Zelaya cuenta que Mireya, su madre, era nicaragüense y Rodolfo, su padre, costarricense. Rememora los años en que vivió en Guatemala, desde segundo grado de la escuela hasta 1980, y en medio de ese periodo, un año en que vivió con su familia en Suiza.
Fue el mayor de tres hijos varones. Javier quien es matemático y decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Costa Rica (UCR), y Julián quien es psicólogo, pero se dedica a la fotografía.
En Guatemala, su padre, quien era economista, trabajaba en la Secretaría de Integración Económica Centroamericana (SIECA). Era un país convulso y con altos índices de pobreza. Todo eso marcó su vida. “Vivir en otro país centroamericano, con gente que tiene ideales de integración, te sensibiliza a otras cosas”, dice.
Cuando llegó el momento de ingresar a la universidad, su fascinación por la matemática lo llevó a optar por las ciencias exactas. En el segundo año llevó el primer curso de programación. En ese momento, las carreras de computación apenas estaban iniciando.
Ignacio regresa en el tiempo y recuerda sus años de escuela y colegio, y su pasión por la música clásica y el rock progresivo.
No es extraño que la música sea parte esencial de su vida. Desde que estaba en el vientre de su madre escuchaba a su papá tocando piano: Beethoven, Chopin, Mozart… Se crio escuchando música clásica y ahora le gusta trabajar escuchando a Bach.
Cuenta que una guitarra fue el mejor regalo de Navidad que haya recibido en su vida. Siendo un joven y mientras vivió en Suiza, descubrió el rock progresivo y esa música le permitió formar en la adolescencia, en Guatemala, un grupo de amigos que se mantiene hasta el día de hoy.
Ya en la universidad y luego de haber trabajado en programación y haber “consumido” gran cantidad de libros sobre computación, tomó la decisión de regresar a Costa Rica e ingresar al Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC), el cual apenas daba sus primeros pasos (fue fundado en 1971). Las carreras de computación estaban empezando en Costa Rica.
Ingresó en 1980 al TEC con 22 años. “Era de los más viejos”, recuerda. Su generación fue la quinta en graduarse como ingenieros en computación. Fue aquí a donde conoció a su esposa, la ingeniera forestal María Teresa Vargas.
En 1984 se inició como profesor, tuvo a cargo varios puestos académicos, fue partícipe de un importante cambio curricular en la carrera y en el 89 partió a la Universidad de Oxford donde cursó la maestría y el doctorado.
Desde 1988 colabora con Roberto Sasso, en el Club de Investigación Tecnológica.
Quienes mejor lo conocen aseguran que es una persona con una gran vocación didáctica que ha influido positivamente en muchas generaciones de estudiantes.
El cabello y la barba se le blanquearon mucho antes de lo usual. Tal vez por eso parece que conversamos con un abuelo a quien le gusta contar historias y enseñar. Es muy claro que Ignacio es feliz compartiendo conocimiento.
A mediados de los años 80, Dianelos Georgoudis, uno de los fundadores de Tecapro, le propuso ser socio de la empresa. “En ese momento yo tomé una decisión. Me sentía mucho más identificado con el trabajo académico”, recuerda.
Pese a eso, siempre ha estado al lado de los empresarios del sector, impulsándolos, guiándolos, aportándoles.
Yo creo en dar una contribución para que el país desarrolle mejor sus capacidades en tecnologías informáticas, creo que las actividades intensivas en el conocimiento van a aportar desarrollo, prosperidad, generación de riqueza y bienestar a este país”.
Nacho ¿en qué estás pensando?
Uno de los méritos que se le reconocen a Ignacio, es ser el artífice de la creación del Centro de Formación en Tecnologías de Información (Cenfotec).
Un almuerzo celebrado en 1997, el año en que Intel empezó a construir su planta en Costa Rica, fue el inicio de Cenfotec, instituto único en su género en la región y hoy convertido en una universidad.
Almorzó ese día con Alejandro Cruz y Gabriel Macaya, rectores del Tecnológico de Costa Rica y la Universidad de Costa Rica, y conversaron sobre el impacto positivo que podría traer al país la llegada de Intel.
Pero Ignacio tenía algunas reservas con respecto a las inversiones que deberían hacer las empresas nacionales para desarrollar compañías de hardware que requieren de mucho capital, capacidad de diseño y fabricación. Era más factible tomar en cuenta al sector costarricense de desarrollo de software, emprendedores jóvenes que empezaban a exportar exitosamente a Latinoamérica.
Alejandro Cruz le pidió que escribiera una propuesta para llevarla a un viaje donde se reuniría con Intel y otras empresas de Silicon Valley. Ese documento lo revisaron sus colegas y amigos Roberto Sasso, Carlos Araya, Carlos González y Freddy Abarca, y así fueron surgiendo las ideas que llevaron la fundación de Cenfotec.
Dos preguntas fueron claves en todo esto y se las hizo Carlos Araya. “Nacho, ¿en qué estas pensando? Ignacio sabía que el mercado internacional requería e iba a requerir más personal y quería aprovechar esas oportunidades preparando una mayor cantidad de personas en desarrollo de software. «¿Qué se necesita para eso?», fue la siguiente consulta… y el resto ya es historia, afortunadamente positiva.
Cenfotec fue fundada con nuevos métodos de aprendizaje para que los estudiantes no recibieran solo formación técnica sino las llamadas habilidades blandas que les permitan trabajar en equipo. Ignacio fue su rector hasta junio del 2017.
Foto cortesía de Cenfotec.
Su espíritu generoso le impide aceptar méritos que considera son compartidos. “He tenido la oportunidad de subirme en la misma barca y remar con gente excepcional como Carlos Araya, Claudio Pinto, Richard Beck, Armando González, René-Pierre Bondu, los profesores de Cenfotec, los compañeros en el área administrativa…”, rememora.
Ese es Ignacio Trejos Zelaya, padre de cuatro hijos: Irene, Ernesto, Francisco y Gabriel, y abuelo de Ariadne. Hoy, con 61 años, continúa dando lecciones en el TEC, deseando contar con más tiempo para investigar y continuar aportándole al país. “El talento tico es impresionante, pero nosotros podemos potencializarlo más todavía”.
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